Ilumina Psicología
El estudio de la relación entre el lenguaje y el pensamiento es un clásico en Psicología. Y es que el lenguaje no es solo una herramienta para comunicarnos entre nosotros. También es el vehículo del pensamiento, que nos permite, además, regular nuestro comportamiento y nuestras emociones.
¿Qué ocurre con el lenguaje que nos dirigimos a nosotros mismos? ¿Te has parado alguna vez a observar cómo te hablas a ti mismo y qué tipo de palabras utilizas? ¿Eres amable contigo mismo o te tratas con exigencia cuando no te sale algo como habías planeado?
Es fácil imaginar las consecuencias de tener una voz interna, crítica e intransigente, durante veinticuatro horas machacándonos desde dentro, juzgando todo lo que hacemos, dudando y tratándonos, incluso, con crueldad. ¿Cómo te sientes cuando te hablas a ti mismo de esta manera? ¿Permitirías que alguien te hablase como te hablas a veces a ti mismo? ¿Hablarías a otra persona igual que a veces te hablas a ti?
Puede ser difícil cambiar nosotros mismos la manera que tenemos de hablarnos, ya que este lenguaje es en su mayor parte automático. La psicoterapia nos puede ayudar si creemos que solos no vamos a poder.
Os dejo un artículo donde se reseña un libro que habla sobre el lenguaje y su relación con los pensamientos. También sobre la ira y nos ofrece alguna técnica para poder gestionarla y atajar sus consecuencias. Y sobre el silencio como castigo, que es uno de los peores daños que podemos hacer a quiénes nos quieren, especialmente a los niños.
Castigar a alguien con nuestro silencio le transmite implícitamente a esa persona que no nos importa, que no la vemos, que, para nosotros, ha dejado de existir. Si ya de adultos nos cuesta gestionar una situación así, ¿os imagináis cómo se puede sentir un niño cuando uno de sus padres, sus figuras de referencia, deja de hablarle? ¿Crees que dejando de hablar a un niño va a corregir su comportamiento? ¿O quizá tendrá consecuencias en su autoestima y a nivel emocional?
Como dice Luis Castellanos, autor del libro reseñado en el artículo: «Castigar con el silencio es más peligroso que con palabras. El silencio es asesino, y se hereda de padres a hijos. Es un pozo sin fondo porque cuando se intenta salir ya no hay marcha atrás, se trata de un camino sin retorno cierto. Pertenece a la familia de la ira, pero puede ser más dañino que ella».