AFRONTAR LAS VACACIONES

Cada cambio en la vida requiere un proceso de adaptación, y cuando finaliza el curso escolar y el ritmo del colegio se termina para comenzar las vacaciones de verano, es un cambio y un motivo de estrés para los padres porque hay que buscar soluciones que nos permitan seguir con nuestra jornada laboral y nuestros hijos en casa “sin hacer nada”. No importa las veces que lo hayamos hecho. Habitualmente nos va a generar angustia y dificultad.

Deberes sí o deberes no

Muchos padres nos preguntan en la consulta si es bueno que los niños hagan deberes en verano. Lo ideal es mantener un ritmo constante y sencillo de mantenimiento de lo que hayan visto en el curso. Sin agobios y sin estrés. Hay que recordar que los niños están de vacaciones, como nosotros, y no nos podemos convertir en sus profesores.

Si no lo hemos hecho hasta ahora, hay que definir un espacio en casa para el estudio y la realización de las tareas y solo para eso. Ha de ser tranquilo, sin distractores, confortable, amplio y con buena luz y siempre el mismo para que no pierdan el hábito de estudio.

Campamentos o familiares

Cualquier decisión que tomemos para nuestros hijos va a ser compleja. Hay padres que tienen padres quienes se ocupan de los nietos y se los llevan a la casa del pueblo o de la playa, y, por tanto, no les podemos exigir, aunque en ocasiones lo hagamos, que sean un calco nuestro y regañen a los niños. Es más, debemos contar con que van a hacer lo contrario de lo que les digamos.

La opción campamentos es una decisión más aséptica y menos estresante, pero también conlleva una planificación y el deseo del niño de estar en ellos. Hay múltiples opciones y a la hora de elegir se nos plantean muchas dudas: de deporte, en inglés, en nuestro país, fuera de nuestras fronteras, urbanos, en el cole, multiaventura… La mejor solución para elegir bien es valorar las actividades que a nuestros hijos les gustan y que han hecho durante el curso y darles continuidad. 

Y por fin llegan las vacaciones

Ha llegado el momento deseado y por fin nos podemos ir a nuestro destino vacacional. Hemos acabado el estrés del trabajo, pero nos viene otro tipo de estrés: estar juntos en familia. Este periodo, como las Navidades es un periodo que, aunque agradable, nos supone una fuente inicial de estrés hasta que se vuelve una rutina. Para afrontarlo debemos recordar que:

El desarrollo de técnicas de afrontamiento permite aprender a relajar la ansiedad y las reacciones ante el estrés. La piedra angular en el desarrollo de técnicas de afrontamiento es saber relajarse y modificar nuestros pensamientos de anticipación de lo que va a ocurrir.

Nuestros pensamientos no tienen por qué aumentar nuestras emociones negativas, sino que pueden actuar como calmantes de un estado de tensión. Para ello hemos de cambiar nuestro monólogo interior generador de estrés por un monólogo de afrontamiento que nos liberará poco a poco de esos síntomas emocionales y conductuales negativos.

Para hacerlo podemos elaborar pensamientos de afrontamiento que se basen en estas fases:

  1. Preparación. – No hay de qué preocuparse, estaré bien, ya he hecho esto en ocasiones anteriores.
  2. Afrontamiento de la situación. – Puedo hacerlo, no pasa nada si cometo un error, organízate, paso a paso.
  3. Afrontamiento de las emociones. – Respira profundamente, presta atención a lo que estás haciendo, puedo controlarlo.
  4. Reforzamiento del éxito. – Lo he conseguido, lo he hecho bien, soy capaz de relajar mi tensión.

¡Y no se os olvide disfrutar de las vacaciones!

María José Rebollo

Psicóloga colegiada M-14839

DISTORSIONES COGNITIVAS EN NIÑOS

  • Los padres de María se van a divorciar. María piensa: “es por mi culpa, si me hubiese portado bien esto no hubiese pasado”.
  • Pablo tiene una presentación en clase y piensa: “lo voy a hacer fatal, todos se reirán de mí”. 
  • La madre de Pedro ha llegado a casa agotada después de un día largo de trabajo. Pedro piensa: “no quiere pasar tiempo conmigo”.
  • Víctor se ha lesionado y no podrá jugar fútbol por un tiempo. Piensa: “esto es lo peor del mundo, odio mi vida”.

Estos son algunos ejemplos de distorsiones cognitivas que pueden presentar los más peques. Son patrones de pensamiento erróneos que afectan la forma en la que se interpreta la realidad.

Es normal tener este tipo de pensamientos de vez en cuando. Sin embargo, si es algo habitual, puede tener un impacto negativo a nivel emocional y de autoestima. 

Distorsiones más comunes que pueden presentar los niños: 

  • Abstracción selectiva o filtro: Focalizar la atención en los aspectos negativos de una situación, dejando por fuera otros aspectos importantes (por ejemplo, un niño se centra sólo en los errores que cometió en su presentación, ignorando todo lo que hizo bien).
  • Pensamiento dicotómico: implica pensar en términos de “todo o nada”, es decir, ver las situaciones en extremos, sin tener en cuenta puntos intermedios (“si no obtengo un 10 en el examen será un fracaso”).
  • Sobregeneralización: extraer conclusiones generales a partir de un solo evento (“nunca me sale nada bien”).
  • Lectura del pensamiento: asumir que saben lo que piensan los demás (“deben pensar que soy tonta”).
  • Visión Catastrófica: tendencia a esperar lo peor en cualquier situación (“no voy a ser capaz”).
  • Personalización: verse a sí mismo como responsable de acontecimientos externos que son incontrolables (“es por mi culpa”).

Este tipo de pensamientos puede producir mucho malestar e influir en su comportamiento y la forma de enfrentar las situaciones del día a día. Por tanto, abordarlos desde la infancia puede ser beneficioso para conseguir un mejor ajuste psicológico y social en la adultez.

En terapia, podemos ayudar dotando a los niños de estrategias que les permitan desarrollar una visión más equilibrada y realista de sí mismos, de los demás y del mundo que les rodea. 

Si necesitas ayuda, no dudes en contactarnos: info@iluminapsicologia.com

Mª Gabriela Palma

Psicóloga Sanitaria M-40285

Emociones

Conociendo las emociones

Las emociones son sensaciones que nos indican cómo nos sentimos con respecto al mundo, en nuestras relaciones, con nosotros mismos… Son innatas, espontaneas e incontrolables. Nos vienen al cuerpo de forma impulsiva y nos informan de lo que necesitamos para nuestro bienestar. 

Cada una nos da una información concreta. El miedo nos habla de que un peligro nos acecha, la tristeza de que algo importante hemos perdido. También nos llevan a tener respuestas automáticas, la huida como seguridad ante el miedo, o rechazar aquello que nos produce asco. Es decir, respondemos a señales del entorno que nos indican peligro, alivio, o pérdida. 

¿Qué funciones cumplen las emociones en nuestra vida?

  • Son señales para nosotros mismos, sobre lo que nos ocurre. 
  • Nos preparan para la acción: el enfado para defendernos. 
  • Vigilan el estado de nuestras relaciones: nos separamos del otro cuando nos sentimos ofendidos. 
  • Evalúan si las cosas van bien: si nos estamos sintiendo frustrados por no llegar a nuestras metas. 
  • Sirven de señales para los demás: informan al otro del estado en el que nos encontramos. 

¿Qué podemos hacer para beneficiarnos de las emociones?

En primer lugar, identificar de qué tipo de emoción se trata y, en segundo lugar, para qué sirve. Las emociones pueden ser: 

  • Emoción primaria adaptativa: 

Aquellas respuestas viscerales a situaciones. Son los primeros sentimientos, el enfado ante el agravio, la tristeza ante la pérdida o el miedo ante el peligro. El obstáculo para llegar a ellas son las emociones secundarias, o defensivas, así como los sentimientos instrumentales. Su función es en si misma la adaptación al entorno de manera funcional, sana.

  • Emoción primaria desadaptativa: 

Aquellas que emergen cuando nuestro sistema emocional no tiene un buen funcionamiento y que vienen de un sentimiento de malestar crónico. Se basan en un aprendizaje previo. La vergüenza de sentir que uno no es amado, valioso o bueno, la tristeza de sentirse solo o con carencias, la ansiedad de sentirse inadecuado o inseguro, o la rabia de sentirse tratado injustamente. Son sentimientos que nos desorganizan, que se mantienen en el tiempo a pesar de que la situación que los provocó ya no existe. A veces tienen que ver con un aprendizaje traumático. 

Son desadaptativas en el sentido en que nos ayudaron en su momento a salir airosos de la situación, pero en el presente nos obstaculizan para identificar las señales del entorno de manera adecuada. Por ejemplo, un veterano de guerra que cada vez que escucha petardos en las ferias vuelve a sufrir el miedo y la angustia que vivió cuando los disparos en una batalla. 

  • Emoción secundaria: 

Son aquellas que responden a un sentimiento o pensamiento más primario. El problema es que ocultan lo que estás sintiendo en lo más profundo. Por ejemplo, responder con tristeza encubriendo un gran enfado, como ocurre con las mujeres que han sido educadas en la sumisión. O también, responder con enfado ante situaciones de peligro, escondiendo el miedo, como ocurre con los hombres a los que se les enseñó que debían ser fuertes.

  • Emoción instrumental: 

Aquellas que expresas creyendo que el entorno reaccionará de la manera en que aprendiste que lo haría. Es decir, utilizas estas emociones por el beneficio que te aportan. Por ejemplo, expresar lágrimas porque aprendiste que así las personas se acercaban a ti, o enfadarte porque viste que así intimidabas. Son emociones que se expresan con el objetivo de alcanzar una meta, y que muchas veces ayudan a no tener que nombrar aquello que necesitamos porque ya lo conseguimos a través de ellas. 

Si quieres aprender a identificar tus emociones y la función que están cumpliendo en tu vida, ponte en contacto con nosotros: info@iluminapsicologia.com

Laura Villa Manzano

Psicóloga colegiada M-36481

Rabietas o desbordes emocionales

Hay que tener en cuenta que las famosas “rabietas” son la manifestación de una emoción desbordada que abruma; y ésta puede surgir de la frustración, de la ira, del miedo, de la sobre carga sensorial, etc. que puede estar experimentando un niño, por diferentes razones. En ocasiones podrá estar relacionado con una necesidad básica no cubierta, en otras a que no haya conseguido lograr lo que quería, o lo que hizo no le salió como lo esperaba, o que algo lo irrumpiera y no supiese cómo afrontarlo.  Esta reacción emocional intensa que habitualmente cursa con llantos y gritos, surge en los momentos en que el peque no tiene otra herramienta para expresar y gestionar lo que le sucede en su interior, y por ende no lo está pudiendo manejar de una forma más adaptativa.

Es importante ser conscientes que cuando utilizamos la palabra “rabieta” para describir estos momentos de desborde emocional, no solo estamos usando una etiqueta con connotación negativa, sino que con ella estamos delegando en los niños la responsabilidad de autogestionarlas y salir de ellas; cuando evolutivamente aún no estarían preparados para ello. Mientras que, si las vemos como lo que son, desbordes emocionales, que además son normativos, nuestra mirada cambiará y favorecerá a un mayor entendimiento y empatía cuando un niño atraviese por ellas.

Estos desbordes emocionales deben de leerse también en clave evolutiva, es habitual que aparezcan  antes de los 2 años, que a su vez suele coincidir con el aumento significativo del lenguaje, sus primeras frases, la utilización del yo, a la vez que van desarrollando su autonomía; están en esos momentos que muestran su persistencia en aquello que quieren y desean. Pero a nivel madurativo del cerebro, aún no hay una estructura prefrontal totalmente desarrollada que favorezca la inhibición de conductas desadaptativas y/o disruptivas o de los desbordes emocionales; por consiguiente, difícilmente conseguirán por si solos rebajar la activación emocional e incluso pueden tener dificultad para comprender lo que les sucede en el momento en que la emoción se desborda. Por ello, para su adecuada gestión necesitan de un adulto sensible, que entienda y empatice con su vivencia y proceso; y pueda ayudarles en su regulación emocional e incluso hacer de traductor emocional si fuera necesario.

Aspectos a tener en cuenta en los desbordes emocionales:

  • Prevenir siempre será la mejor herramienta que tendremos a nuestro favor ante un posible desborde emocional. Para ello es importante observar en qué situaciones habitualmente aparecen y qué sucede antes, durante y después; con esta información podremos prevenirlas y manejarlas mucho mejor.
  • Hay que tener en cuenta que pueden aparecer en situación predecibles y limitadas como: la hora de acostarse, dejar de jugar, hora de los deberes, ver cosas que quieren que compremos. A veces el desencadenante será pedirle que haga algo que no le gusta  o que deje de hacer algo divertido. Las estrategias que vienen bien para prevenir desbordes en estas situaciones es que podamos preavisar los cambios de actividad, esto ayuda mucho en los tiempos de transición entre una actividad y otra. Otra estrategia que ayuda es el estructurar actividades que hayamos identificados como problemáticas, se pueden llegar a establecer pasos de aquello que está costando hacer.
  • La educación emocional también ayudará mucho al momento de necesitar disponer de estrategias para afrontar o descargar emociones como el enfado, la frustración, etc.
  • El que los adultos puedan poner en práctica habilidades como sintonizar con la necesidad del peque, informar al niño y ofrecerle alternativas ante momentos difíciles, ayudará a prevenir desbordes emocionales.
  • Asimismo, valorar y/o regular las expectativas sobre la conducta del peque y su edad también ayudarán.

¿Qué podemos hacer durante un desborde emocional?

  • Respira, perder el control no ayuda; es él quien tiene la dificultad de gestionar la emoción, nosotros no, y recuerda que como adulto, tú eres su modelo y su referencia a seguir.
  • Permanece a su lado cuando haya estallado emocionalmente, escucha lo que pasa, sin juzgar ni opinar. Conecta con la empatía para poder entender así no lo compartas.
  • Toma distancia si lo necesitas, y regresa.
  • Resiste a la tentación de terminar el desborde emocional, dando lo que pide o quiere.
  • Cuando empieza puede funcionar el distraer y/o hacer que cambien de escenario o se muevan.
  • Si te lo permite, intenta el contacto físico, eso suele tranquilizar y regular. Si lo rechaza, tan importante es dar espacio cómo estar cerca para evitar que se pueda hacer daño.
  • Cuando haya terminado y esté más sosegado, habla con él, ve que ha sucedido, sé el traductor de sus emociones. Poner palabras a la emoción tiene un efecto calmante

Lilibeth Pinchi Guerrero

Psicóloga sanitaria M-28406

¿Cómo poner límites?

Tanto si ya has escuchado alguna vez sobre poner límites como si no, hoy os traemos un pequeño artículo sobre cómo poner límites en nuestras relaciones, porque sabemos que muchas veces podemos encontrarnos en situaciones en las que no sabemos muy bien cómo actuar o que nos haya hecho sentir incómodos. Y es que, muchas veces, pensamos que poner límites a la familia, poner límites en el trabajo, a nuestras amistades o a nuestra pareja, puede considerarse como egoísta, y, al ponerlos, que aparezca culpa o ansiedad. 

Empecemos por el principio. Lo que entendemos como poner límites en Psicología es comunicar a la persona que tenemos delante – también a grupos de personas – no solo que algo nos ha sentado mal, sino también qué necesitolo que siento. Es, básicamente, establecer una línea imaginaria que no vamos a dejar que sobrepase nadie en lo relacionado con el respeto, el cómo quiero que me traten, que me tengan en cuenta, etc., es decir, establecer relaciones con unas condiciones mínimas de respeto.

Tenemos derecho a cuidarnos y a mirar por nosotros mismos.

¿Para qué sirven los límites? 

Los límites tienen que ver con el autocuidado, con protegernos a nosotros mismos, conocer lo que necesitamos, cómo queremos relacionarnos y que las demás personas se relacionen con nosotros. Es una dinámica sana y muy necesaria para poder sentir que nos respetamos y se nos respeta. 

Además, es una dinámica que nos ayuda a establecer relaciones sanas y fuertes.

Muchas veces nos encontramos en terapia con personas que sufren en sus relaciones porque los demás no les tratan con respeto, no les tienen en cuenta o sienten que se aprovechan de ellos. Los demás no tienen por qué saber que hay algo que han hecho o dicho que nos va a molestar y somos nosotros los responsables de comunicarlo, de poner ese límite.  Sabemos que, al principio, estas conversaciones no son cómodas, pero te aseguramos que tienen muchísimos beneficios.  

¿Por qué me cuesta poner límites?

Seguramente no haya una única causa del por qué me cuesta poner límites. Las más habituales tienen mucho que ver con el miedo al rechazo, con la creencia que tengo yo sobre las consecuencias a ponerlos – que la persona se enfade y me deje de hablar, que me dejen de lado, etc. — con el miedo a quedarnos solos, o que nos pongan la etiqueta de bordes, por ejemplo. Pero hay una razón principal por la que no suelo ponerlos y es porque no sé lo que necesito, no sé lo que quiero. 

¿Todos los límites son igual de rígidos? 

No, no todos los límites son igual de estrictos. Vamos a ver qué tipos hay:

  • Límites rígidos. Son aquellos que no estoy dispuesto a saltarme ni a que nadie se salte. Tienen que ver con lo que cada uno de nosotros considera una mayor falta de respeto. Son inamovibles y constantes. 

Un ejemplo de límite rígido podría ser: no tolero que ninguna persona – mi pareja, algún familiar, amigos o desconocidos – me insulte.

  • Límites flexibles. Son los que pueden variar dependiendo de la situación y el contexto que tenemos delante.

Un ejemplo de este tipo de límites podría ser: le he contado algo que me ha pasado vergonzoso, pero que me resulta gracioso, a un amigo/pareja/familiar y, después de haberme escuchado con empatía y haber atendido a cómo me siento, surge una situación en la que se me puede recordar, desde una burla amistosa, sin maldad. En esta situación, quizás, no me importe que se bromee con el tema, pero en otro momento – o incluso viniendo de otra persona—puede no parecerme apropiado e, incluso, atentar contra mi seguridad o mi estado de ánimo. En este caso, en un primer momento puede no importarme, pero si vuelve a ocurrir o siento que es repetitivo, es importante parar y comunicar que es algo que no me está resultando gracioso y pedir, por favor, que no lo vuelva a repetir.

¿Qué puedo hacer para empezar a ponerlos?

  1. Reconoce tus propios límites. Aquellas conductas, frases y/o trato que no estás dispuesto a tolerar. Aquí, si volvemos al principio del texto, hacemos referencia a la importancia de conocer nuestras necesidades, lo que queremos, lo que nos viene bien. Conlleva un trabajo personal de reflexión y autoconocimiento. 
  • Comunícalos de forma clara.  
  • Aprender a decir “no”.  En este punto tenemos que entrar también a reconocer nuestras propias creencias y el miedo que nos surge a la idea de decir “no”. 

Igualmente, también tenemos que trabajar nuestras creencias y aprendizajes sobre las veces que nos han dicho a nosotros mismos “no”.

  • Sé constante. Muchas veces, sobre todo al principio de empezar a poner límites, nos va a costar mantenernos firmes en lo que hemos comunicado y las necesidades que hemos plantado sobre la mesa. No dudes de tu límite. Es algo que has elegido tú mismo y que es protector y cuidador contigo. Mantén claro y firme lo que has comunicado y lo que has propuesto.

Es importante también trabajar mis creencias sobre decir “no”, pero también mis creencias sobre que me digan a mí que “no”.            

Si necesitas ayuda, no dudes en contactarnos: info@iluminapsicologia.com

Marta Gómez Carballo

Psicóloga colegiada M-36204

Padres e hijos

PADRES E HIJOS: EL PODER DE LAS EXPECTATIVAS

Cómo la mirada de los padres influye en la autoestima de sus hijos

¿Sabías que la imagen que tienes de tu hijo puede tener un impacto en cómo se ve a sí mismo?

Cuando piensas que tu hijo es vago por no hacer los deberes y se lo comunicas constantemente de formas como “eres vago”, “eres un desastre”…,  es muy probable que, en vez de fomentar que sea más responsable, consigas que interiorice esa creencia y se comporte de manera que la confirme. Es decir, que piense: “soy un vago, entonces me comporto como tal”.

¿Por qué ocurre esto? La manera en la que nos percibimos está influenciada en gran medida por lo que nos transmiten los demás sobre cómo somos. Esto está relacionado con un fenómeno conocido en Psicología como el Efecto Pigmalión. Habla sobre la influencia que tienen las expectativas de una persona sobre el desempeño de otra.  

Transmitirle a otro reiteradamente que es de cierta forma, contribuye a que se lo crea y, por tanto, actúe en consecuencia. De esta manera, esa expectativa acaba por volverse cierta, ocurriendo lo que se llama una profecía autocumplida. “¿Para qué esforzarse en cambiar, si soy así?”

Si le dices que es distante, no mostrará afecto. 

Si le dices que es desordenado, no recogerá su habitación.

Si le dices que es una mala persona, se comportará como tal. 

¿Qué crees que puede pasar si oye constantemente que es capaz?

Efectivamente, el efecto Pigmalión puede tener repercusiones positivas. Cuando se tienen expectativas positivas y realistas sobre alguien y se transmite confianza en su potencial y capacidades, esa persona creerá más en sí misma y será más propensa a esforzarse por confirmar esa creencia. 

¿Qué puede ayudar?

Reforzar positivamente, mediante elogios, cada vez que aparezca esa conducta que deseamos que se repita con mayor frecuencia. 

Diferenciar entre conducta (lo que hace) e identidad (lo que es). Se trata de corregir conductas inapropiadas, sin utilizar etiquetas negativas. De esta manera, el mensaje que recibe es que independiente de cómo es, puede cambiar su conducta. 

Es normal que puedan escaparse muchas veces estas frases negativas del tipo “eres”. Lo importante es ser consciente de ello para poder cambiarlo.

Recuerda, los mensajes que reciben los niños desde pequeños sientan las bases de su autoestima. Tu lenguaje tiene un poder muy potente. Al ser cuidadoso en la manera de hablar a tu hijo, estarás cultivando en él una mayor confianza sobre sí mismo.

Si necesitas ayuda, no dudes en contactarnos: info@iluminapsicologia.com

Maria Gabriela Palma 

Psicóloga colegiada M-40285

¿Soy un buen padre?

En la licenciatura/grado de Psicología y en otras afines nos enseñan teorías relacionadas con la crianza, como lo importante que es el primer año de vida del niño y el contacto con sus padres y cómo eso puede afectar en su desarrollo futuro. Pero, ¿estamos preparados para ser padres en la sociedad actual? ¿Sabemos ser un “buen padre o madre”? He de reconocer que yo soy la primera que he de contestar que no. A pesar de ser psicóloga y conocer recursos, las emociones que tenemos vinculadas a los hijos, no facilitan que seamos “asépticos” y hagamos lo que se supone que debemos hacer respecto a su educación, generándonos mucha inseguridad y ansiedad, planteándonos un continuo conflicto acerca de la educación de nuestros hijos, ya que queremos hijos independientes, responsables, con autoestima, pero también pretendemos controlar el uso correcto de su tablet, móvil, los deberes y que, además, nos hagan caso y, por supuesto, nos quieran. 

¿Existen recetas para educar? ¿Cómo conjugamos teoría y práctica?

Los padres son agentes de cambio ya que en la relación con sus hijos les enseñan estrategias para promover su salud, prevenir y solucionar problemas de comportamiento y facilitarles la socialización.

La familia es el primer y más importante contexto social, cultural e interpersonal que tiene nuestros hijos. Las relaciones familiares, por este motivo, se pueden convertir en un factor de riesgo si están deterioradas, mientras que, si son positivas, se pueden convertir en un factor de protección dada la sociedad cambiante en la que vivimos en la que todo se produce rápido y, lo que ahora nos sirve, dentro de un minuto ya no. 

Los padres tienen que procurar que la relación con sus hijos se produzca dentro del rol del cuidador en el que se cumplan las siguientes características:

  • Una familia segura y comprometida: fomentaremos un ambiente que ofrezca oportunidades para jugar, dialogar, equivocarse y experimentar.
  • Aprendizaje familiar positivo: Padres y madres pueden responder de forma positiva y constructiva en las interacciones con los hijos. De este modo facilitarán que sus hijos generen la solución para sus problemas. ¿Cómo? Descomponiendo sus habilidades complejas en pasos más sencillos como, por ejemplo: “Pregunta”, “Di”, “Actúa”
  • Utilizar la disciplina asertiva: esta disciplina es menos coercitiva y más eficaz usando: límites, responsabilidades, normas, reglas básicas, hacer peticiones, tiempo de reflexión, etc. O como decía mi madre: “dos no discuten si uno no quiere”.
  • Promover expectativas realistas: los padres han de explorar cuáles son las creencias y suposiciones que tienen sobre el comportamiento de sus hijos.  Qué esperan evolutivamente en el desarrollo de sus hijos y qué se desvía de lo considerado “normal”.
  • A de Autocuidado: Sí, habéis leído bien. Los padres y madres por el hecho de serlo no dejamos de ser personas con inquietudes e intereses. La educación que ejercemos los padres sobre nuestros hijos está directamente influenciada por factores que inciden en nuestra autoestima, eficacia, y sensación de bienestar y se conecta en las interacciones con nuestros hijos. No vamos a reaccionar igual ante una rabieta de nuestro hijo si hemos tenido un buen día de trabajo o si nuestro día ha sido un desastre, por ejemplo.  Es importante que los padres y madres dediquen un tiempo a conversar, a explorar lo que les gusta como personas, aprender a regular sus emociones y seguir cultivándose independientemente de sus hijos. Y prevenir, mediante el uso de estrategias adecuadas, el afrontamiento del estrés, la ansiedad o la ira.

María José Rebollo

Psicóloga colegiada M-14839

Mente, cuerpo y emociones. Ilumina psicología

El cuerpo como herramienta de autoconocimiento

La mente y las emociones.

‘’El cuerpo lleva la cuenta’’ escribe Bessel Van Der Kolk. Acostumbrados a no escuchar a nuestro cuerpo, ya sea por miedo, por falta de educación sobre el mismo, o porque creemos que mente y cuerpo son dos aspectos separados, acabamos generando interferencias sobre este que no permiten la adecuada regulación de nuestro organismo, o lo que es lo mismo, vivirnos de forma completa y plena. 

Tendemos a controlar nuestro cuerpo, evitamos la ansiedad y las emociones que nos resultan frustrantes, en vez de parar, escuchar y transitarlas. Simplemente con estos tres movimientos las sensaciones corporales desagradables disminuyen o se alivian, solo con ponerse en contacto con ellas. 

Además, el cuerpo, a diferencia de la cabeza, no miente, y tiene memoria. Las experiencias vividas a lo largo de los años se quedan almacenadas en nuestra memoria corporal, son reactivadas por situaciones que guardan similitud con lo ya vivido y se hacen presentes en el cuerpo en forma de síntomas físicos. 

¿Qué consecuencias tiene no prestar atención al cuerpo?

Para empezar, la pérdida de información sobre lo que nos ocurre. También, el mantenimiento de aquello que se nos despierta en el cuerpo, esos síntomas físicos, como por ejemplo la ansiedad, el insomnio, problemas gastrointestinales, cutáneos, o simplemente sufrir de amigdalitis. 

¿Qué sentido puede tener la aparición de estos síntomas en mi cuerpo?

Tomando como ejemplo los problemas de faringitis o amigdalitis, podemos parar a revisar qué hacemos nosotros con nuestra garganta. ¿Cuándo siento ganas de llorar me permito hacerlo, o por el contrario contengo ese nudo que se me despierta en la garganta? ¿Puedo darme cuenta de que mi cuerpo me está diciendo que hay algo que necesito expresar, o rápidamente corto la emoción dejando a mi cuerpo dolorido? ¿Paro a escuchar a mi cuerpo y lo que se me está despertando en él? 

Ejercicios para escuchar al cuerpo: 

  1. Parar, respirar y entrar en contacto con nuestra respiración. Darnos cuenta de si es tranquila o agitada, de si la siento fluida o, por el contrario, noto cómo se me interrumpe. 
  2. Parar a escuchar las distintas partes de mi cuerpo, mi pecho, mi estómago, mis hombros, mi espalda… y preguntarme: ¿Noto tensión en alguna de las partes de mi cuerpo? Y si la siento, ¿Cómo es esa tensión, ¿qué forma tiene, y qué sensación me produce? 
  3. Terminar preguntándome, ¿para qué siento este nudo en la garganta, esta bola caliente en el estómago o el hielo en mi pecho? ¿Qué me está queriendo decir mi cuerpo?

Afortunadamente tenemos la oportunidad de entrenarnos en la escucha al cuerpo a través de la terapia, practicando con nuestro terapeuta estas preguntas y así devolver a nuestro cuerpo el lugar que merece. Si quieres hacer terapia con nosotros y contactar con tu cuerpo y tus emociones, escríbenos a info@iluminapsicologia.com o ponte en contacto con nosotros aquí.

Laura Villa Manzano

Psicóloga colegiada M-36481

“SOLO QUIERO LLORAR, ME SIENTO TRISTE»

Cómo nos afecta el Blue Monday, el día más triste del año

Navidad, esa época mágica, llena de felicidad, momentos en familia con reencuentros emocionantes y donde los sueños se hacen realidad.

¿Te suena de algo?

Pues déjame decirte que la realidad de las Navidades es otra muy diferente. Suele ser una época de mucho estrés y excesos: regalos, comida, organización, compromisos sociales… Hay personas que no tienen buenas relaciones familiares, otras que tienen a una persona cercana padeciendo una enfermedad y otras están viviendo por primera vez las consecuencias de las sillas vacías. Es una época donde la ausencia, el dolor y el conflicto se hacen notables y esto puede generar mucha discrepancia con la expectativa inicial, con lo que nos han enseñado que tiene que ser la Navidad.

Por añadidura, llega el fin de año y la entrada del nuevo, donde nos bombardean a objetivos y propósitos para cumplir, “año nuevo vida nueva”. Cuando la realidad es que es muy difícil cambiar una vida entera en un día. Todo esto es un cocktail que puede hacerte sentir enfadado, frustrado, solo, triste o con muchas ganas de llorar. De aquí que exista el famoso “Blue Monday”, o el día más triste del año. 

La tristeza es una emoción importantísima para el ser humano (todas lo son), esta nos ayuda a aceptar las pérdidas y poder seguir vinculándonos de manera adaptativa con la vida y con las personas a nuestro alrededor. La pérdida puede ser de una persona, de un trabajo, de una mascota o también al ver que unas expectativas que nos habíamos propuesto no se van a cumplir. 

La tristeza es como un bálsamo para las heridas, quizá cuando te lo eches pueda doler un poco, pero hará que cicatricen con mayor brevedad y luego te ayudará a recordar esa situación dolorosa con un tinte positivo. Por eso, esta entrada de blog no va destinada a que evites esos sentimientos o sensaciones negativas, mi recomendación es que dediques tu energía a abrazarla, sentirla y gestionarla. Es una oportunidad muy buena para aceptar la tristeza y aprender de ella. 

Aquí te dejo unas pequeñas recomendaciones para ayudarte a afrontar mejor esta época:

  1. Pon el foco en ti. Antes de dejarte llevar por esa foto en Instagram de tu compañero de trabajo en el viaje de su vida a Maldivas por Navidad, te invito a que te centres en tu vida, en esos pequeños logros y alegrías tuyas del día a día. 
  2. Fomenta la paciencia contigo mismo. Después de una época de excesos, el cuerpo necesita un tiempo para que, de forma natural, vuelva a los niveles anteriores. No hace falta hacer ningún esfuerzo extra. 
  3. También fomenta la compasión hacia ti mismo. Está súper bien proponerse retos o metas para motivarte, pero esto no implica que tengas que cumplirlos a raja tabla, recuerda que cada persona es un mundo. 
  4. Descubre una manera de exteriorizar esas emociones. Puede ser de manera artística, escribiendo o hablando con una persona que sabes que te escucha o la mejor forma de sacar la tristeza: llorar.
  5. Ratitos de soledad, ratitos en compañía. Aceptar la tristeza no implica aislarte del mundo, por ello son tan importantes los ratos de reflexión en solitario como rodearte de personas de confianza. Si te sientes solo o triste, permítete sentir esas emociones y después busca pasar momentos sociales de calidad.

Y sobre todo, recalco, cada persona es un mundo e incluso estas recomendaciones no tienen por qué ser para ti.

A veces la tristeza es una emoción que puede generar mucho miedo y no es tan fácil como parece gestionarla. Si ese es tu caso, y te sientes triste y sola, aquí estamos para acompañarte si lo necesitas: info@iluminapsicologia.com

Esther Gutiérrez Marín

Psicóloga colegiada M-35373

solo quiero llorar me siento triste y solo